Es marzo del 1494, cuando parte Cristóbal Colon de La Isabela; su meta cruzar las verdes montañas que están al sur y penetrar en las entrañas de la isla; las calzas españolas y los cascos de las bestias resuenan extrañamente entre las frondas y las aguas de los ríos se enturbiar a su paso.
En su explorar llega hasta un río cuyas aguas reflejan un esplendoroso verdor, encontrando en uno de sus miles de recodos un yucataque que sus moradores denominaban Guarícano, y en el cual sienta su poder el cacique de la Magua Guarionex.
El cacique recibe al visitante, quien luego de dialogar obtiene permiso para construir al otro lado del verde rió un fuerte que bautiza con el nombre de La Concepción en honor a la inmaculada concepción de María.
Transcurren los días, en su recorrido por las tierras aledañas al Guarícano, el Almirante llega hasta un cerro desde el cual contempla la vega que el llama Real, sus ojos son llenados por la belleza que contempla, el verde esmeralda se pierde en la lejanía bajo un cielo zafirico, firmamento que luce perlinas nubes.
Atónito, perplejo, el renacentista italiano queda extático observando las palmeras rectas hacia el cielo que se baten con los vientos, el abrazo fraterno de guayabos, zapoteros, bijas, caimitos, guanábanos, mameyes y copeyes para formar una aromosa techadumbre de la cual penden cortinas de behucos mientras las aves cuales rayos multicolores cruzan el espacio, mientras entonan polirmoniosas sinfonía con sus cantos y trinos; cuanta belleza a puesto el Señor en un solo lugar.
La altura lo atrae, la belleza que ve embriaga, puede que recuerde que en una altura quedo la nave de Noel, en otra recibió Moisés la Tabla de la Ley, que a una altura se retiró a meditar Jesús y en otra fue crucificado, puede que ese pensamiento le hiciera concebir la idea de marcar para la posteridad con una cruz este lugar en el cual se encuentra.
Alonzo de Valencia recibe la orden de plantar una cruz, presto el oficial marino marcha con carpinteros y soldados para levantar una con un tronco de un enhiesto árbol, 18 0 20 palmas (13 o 14 pies) se eleva al espacio y una larga rama será el brazo de la cruz, a cuyo pie irá el Almirante a rezar y meditar.
La Cruz del Almirante está en el cerro, es un símbolo del hombre renacentista, es la Vera Cruz de las América, poco es el tiempo que le queda al italiano en la Concepción, su vida debe ir a transcurrir en otros lugares; la belleza del lugar y la presencia majestuosa de la cruz atrae a peregrinos y penitentes que buscan en la misma consuelo espiritual y salud corporal; su fama de milagrera se expande por la isla y en alas de la fe vuela al Darien, Nueva España y otras tierras en poder de España.
El cerro de la vega Real es el norte que buscan enfermos del cuerpo y del alma, penitentes y creyentes llegan hasta la milagrera Cruz para depositar a su pie limosnas y mandas, por un favor o para recibir una gracia, hasta el Rey de España Carlos V quiere honrarla y dispone en 1525, que 20 mil maravedíes de sus bienes, sirvan para ornar el lugar, y no conforme con esto pide al papa Clemente III que autoricé la devoción a la Cruz y otorgué indulgencia a todo peregrino que llegue al cerro y done alguna ofrenda.
La cruz es milagrera, por eso es digna de veneración, hasta ella llegan peregrinos llenos de fe y esperanza, ellos aman la cruz en que expiró Jesús por su amor a los hombres, y a la cruz del Cerro le entregan sus deseos y sus dolencias con el anhelo de que unos se conviertan en realidad y las otras en salud; los peregrinos en su retorno quieren llevar un recuerdo de la cruz, por eso a escondidas cortan una astilla de la misma.
El tamaño de la cruz con el tiempo se va reduciendo , está en peligro de desaparecer, Carlos V rey de España es noticiado de esta posible desgracia y ordena que la misma queda bajo la tutela del Obispo de La Concepción y guardada en la Catedral.
La tierra se estremeció, las vetustas casas se vinieron abajo y la Santa Catedral de La Concepción también, tan solo la capilla de la Vera Cruz del Cerro no fue destruida, esto confirma lo milagrera que es la Cruz, ella impidió que el techo se desplomara.
El lugar de La Concepción ha sido castigado, los vecinos buscan solares alrededor de la capilla de San Sebastián al otro lado del rió Camú, con ellos imágenes y ornamentos sagrados son trasladados y la Cruz del Cerro con especial atención a la humilde capilla.
El clero y los feligreses de Santo Domingo desean ver la cruz en la catedral de Santa María, deseo que sin permiso de los custodios de la cruz en La Vega convierte en realidad el canónigo Juan Díaz de Peralta en 1606, al tomarla del templo vegano a escondida y trasladarla a Santo Domingo, en donde fue recibida con una gran fiesta como escribió Fray Luis Jerónimo Alcocer, quien agrega también que cada 3 de marzo para la festividad de la Invocación de la Cruz, la misma era colocada en el Tabernáculo donde está el Santísimo Sacramento, para ser honrada con gran fiesta.
¿Y hoy? ¿Qué nos queda de la Cruz del Almirante?. Hay quienes afirman que existen 3 pequeñas cruces engarfiadas en relicarios de oro en forma de cruz, una en una iglesia en Roma, otra en la catedral de Santo Domingo y la tercera en el Santuario del Santo Cerro.
¿Será eso cierto? O tan sólo nos queda un recuerdo lleno de misterios y leyendas.
Por Francisco José Torres Petitón
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